Prólogo al libro “La Música Andalusí – Al-Ala”, por: Antonio Pulido Pastor.
En un libro sobre la música, no deberían tener cabida las palabras porque pertenecen a otra dimensión distinta del sonido. Se trata de otra vivencia, otra fisiología, mucho más que la palabra escrita. Sin embargo, en un ejercicio de flexibilidad ruego al lector me permita ahondar hasta aproximar palabras y sonidos, ritmos y cadencias en su nexo común: el sentimiento.
Como muchas de las músicas antiguas del mundo, la música andalusí no es otra cosa que sentimiento, y en este caso, tratándose de un corpus estanco, que no muerto ni fósil, tiene un especial significado, desde sus orígenes hasta su momento actual. Descubrirán en las páginas que siguen a este preámbulo que esta música nació por y para el sentimiento. Heredera de toda la tradición “circunmediterránea”, la música andalusí surgió y prosperó en los florecientes ambientes urbanos y cortesanos de ese entorno geográfico durante la alta Edad Media, considerándose a Bagdad como su referente original más nítido y conciso, desde la que se proyectó posteriormente recorriendo todo el norte africano hasta llegar a la Iberia andalusí del año 850. Asiento de varios reyes-poetas, la indisoluble unión de música y poesía fue impulsada en las sedes cortesanas de las grandes urbes ribereñas al Valle Grande (Wadi al Kabiir), destacando especialmente Išbiliyya, de cuya herencia hoy, nosotros somos testigos. Sin embargo, otras ciudades andalusíes disfrutaron asimismo del alto nivel económico y cultural que las diferenció durante mucho tiempo del resto de Europa. Así Saraqusta, tierra de Ibn Bayya; Qurtuba, “la joya del mundo”; Balansiyya, donde florecieron los versos de Ibn Jafaya y de Ibn Az-Zaqqaq; Tulaytula ciudad de encuentros y mestizajes; Garnata, rojo rubí de los Nasrís; y medina Malaqa, donde cultivaron la ciencia Ibn al Baytar o la filosofía Sulayman ibn Gabirol, y desde la que se exportaron vino dulce, higos y pasas, seda y loza dorada al mundo entero… Todas ellas tuvieron su propio patrimonio poético y musical.
Es aquí y es así como adquiere su nombre actual de música arábigo-andaluza o música andalusí. Fue tal el desarrollo que adquirió a partir de entonces en su ensenada de Occidente, que cobró personalidad marcadamente diferente, capaz de lograr autonomía, vida particular y convertirse en referente cautivador que la llevara después en sentido inverso. La modificación del sistema poético experimentado en al Ándalus con la incorporación de la muwaxaha, supuso un notable impulso a la música andalusí, derivado entre otras cosas de su popularización, llevándole de retorno hacia Oriente, de modo que se insertó en aquella sociedad de forma extraordinaria. Tal es así que aún hoy en día, sigue viva en muchos lugares de Egipto, Siria o la misma Persia, siendo notable la escuela que ha hecho famosa la muwaxaha andalusí de Haleb (Alepo) en Siria.
Nacida en un tiempo en que la Razón aún no era capaz de imponerse sobre la Intuición, el Intelecto de gobernar al Sentimiento, una época dominada por el Din y el sentir islámico, donde el culto a la belleza es uno de sus pilares importantes en tanto que reflejo de la Creación y del mundo sensible como expresión que son de la misericordia y la generosidad de la Providencia, la emotividad no podía ser sino inherente a ella. Esa expresión sensual se encuentra en esta manifestación artística desde dos puntos de vista: uno a flor de piel; otro, bajo la piel del alma.
Primeramente, por su condición recreativa. Orientada al deleite de los espíritus ociosos en los ambientes palaciegos y privilegiados de su época tuvo un origen puramente musical, añadiéndose progresivamente el canto en solitario y posteriormente coral. Mas su función no fue simplemente recreativa, concebida por y para los sentidos, considerándose también de efectos terapéuticos sobre todo para remediar los posibles maleficios por los que aquellos pudiesen ser afectados. Así es el caso de las cuerdas del laúd, asociadas a cada uno de los cuatro elementos de la naturaleza y paralelamente de los humores del cuerpo humano, o el de cada uno de los modos musicales que se llegaron a establecer, orientados a cada una de las horas del día o la noche con el objetivo de adecuarlas a una determinada finalidad o estado emocional apropiado al momento concreto. Esta es la parte más visible, la más fácilmente apreciable respecto a la relación de esta música andaluza con los sentimientos, y podrán disfrutar a buen seguro de ello en las páginas interiores de este libro, porque su autor, es uno de los más versados en ella como aquí podrán apreciar.
Sin embargo, hay otra parte no vista, no fácilmente apreciable que preña a esta música de sensibilidad. Y ello les será mucho más difícil de encontrar en las páginas de éste o de cualquier otro libro que trate sobre ella. Se trata de la increíble historia que se generó con el expolio cultural llevado a cabo sobre el suelo hispano, despojando a sus habitantes de cultura andalusí de todo aquel legado que sin embargo cedieron generosamente al resto de Europa, al Occidente conocido, sin que ello haya sido reconocido hasta el momento por su verdadera trascendencia cultural. Se trata del gran renacimiento de las ciencias, las letras y la música en esta parte del mediterráneo, solamente considerado por algunos eruditos del momento como Julián Ribera, Juan Vernet, John M. Hobson o Emilio González Ferrín en su Historia General de Al Ándalus. El genocidio cultural de los andalusíes, llevado al extremo hasta principios del s. XVIII bajo la morisquización que experimentaron, tuvo su sima con la quema de libros, manuscritos, y la consecuente desaparición de la lengua árabe como nexo de unión y producción cultural. Todo ello fue posible por encontrarse sobre soporte material, por pertenecer al mundo de lo sensible, de lo visto, el llamado “Dunya” por la civilización islámica. Más en el caso musical, ésta que según Julián de Ribera es “la madre de todas las músicas populares europeas actuales”, no fue posible esa persecución y eliminación sistemática, puesto que, perteneciente al mundo del “Ajira”, del no visto, moraba en los corazones de aquellos hombres de Zaragoza, Valencia, Murcia, Santarem, Córdoba, Sevilla, Granada o Almería. Cultivada con amor en el seno de cada uno de ellos, se hizo movible, indestructible e imperecedera acompañándoles en su diáspora hasta asentarse en toda la orilla sur del mar blanco central, el mare nostrum latino. Sobrevivió desde el siglo XV hasta el XVIII sin soporte escrito, como un sinfín de compases, melodías y poemas principalmente en los países del Magreb, siendo Marruecos, Argelia y Túnez sus principales solares de acogida. Allí se ha mantenido desde entonces como signo de identidad y cohesión cultural entre los que aún suspiran y llenan sus ojos de lágrimas al escuchar palabras como Sevilla, Granada o Andalucía, quienes, después de cinco siglos aún mantienen con orgullo el sentimiento de tener su origen en el solar ibérico, bajo la civilización más brillante que hasta ahora produjo este suelo, algo que no es posible encontrar hoy día, entre los emigrados desde España a América mucho más tarde, o a Europa hace apenas cincuenta años. Esto se hace claramente perceptible cuando se tiene la suerte de conocer a los descendientes de estos hispanos, del sur los unos, del levante, del poniente o del centro los otros. Con nombres originales de los primeros emigrados antes del decreto de expulsión, como Chaachoo, Dawud, Lebbadi, Del Lero, Haddad, Randa, Harrak, Ragún, Zubayd. Con nombres castellanos, los más tardíamente expulsados como Panzi, Aragón, Molina, Medina, Salas, Vega, Azebedo, Sordo, Narváez, Mendoza, Lázaro, Ferrer, Torres…
Ocurrió un buen día en Tetuán, la sede por antonomasia de la relicta cultura andalusí original, el lugar del mundo donde más andalusíes existen y donde más orgullosos se sienten, hoy día, de este origen. Allí tuve la suerte de poder asistir a una de las sesiones del puro arte musical andaluz, conociendo a muchos de ellos, pero sobre todo teniendo la posibilidad de apreciar el significado cultural de esta música para ellos e igualmente para la desconocida historia de nuestra tierra. No pude menos que quedarme maravillado por la riqueza armónica y sobre todo por el hecho de conocer cómo ha llegado hasta nuestros días. También me fue revelado el oscuro origen que para algunos es la procedencia del cante jondo, del flamenco, la expresión agónica del campesino despreciado, el “fallah manquuus” (felah menkub) liberada en el círculo íntimo del haram familiar o de las celebraciones más importantes. Es así como, éste que les escribe, que no es músico ni tiene ningún tipo de vinculación con la música a lo largo de su vida ni de su profesión, se tropieza con este pedazo de cultura perteneciente a la tierra de donde procede. Y es igualmente a través del sentimiento, como se enlaza con ella, llegando a conocerla de manera suficiente y a sentirla de modo profundo y sincero. Uno de ellos, cruce entre los Chaachoo y los Haddad es mi querido amigo Amin, el autor de este libro que tengo el honor de prologar, al que el desconocido destino y la facilidad tecnológica del correo electrónico me llevaron a encontrar. Amin es savia nueva del fervor por lo andalusí. Tetuaní de origen, pasó su niñez en Casablanca, siendo poco a poco hechizado por la leyenda de los andaluces en Marruecos, invadido de manera progresiva y sin remedio por la increíble voz del maestro Cheqqara, aterrizando después junto a su hermano Mehdi en el ambiente propicio para manejar entre ambos la mayor parte de los instrumentos clásicos llegando a ser un virtuoso del violín el primero, y del laúd el segundo. De tal manera, puede decirse que sin vivir de la música, viven para la música. Es su modo de vida, su dedicación principal y más importante fuera del ámbito familiar, el otro gran pilar en el que se fundamenta su ciclo vital. Autodidacta en sus inicios, terminó sus estudios de música andalusí en el conservatorio de Casablanca y es un claro ejemplo de lo que esta manifestación cultural significa en esencia para el sentir andaluz, orientando su vida profesional y emocional hacia el estudio y la interpretación de la misma.
Ocurrió un buen día en Tetuán, la sede por antonomasia de la relicta cultura andalusí original, el lugar del mundo donde más andalusíes existen y donde más orgullosos se sienten, hoy día, de este origen. Allí tuve la suerte de poder asistir a una de las sesiones del puro arte musical andaluz, conociendo a muchos de ellos, pero sobre todo teniendo la posibilidad de apreciar el significado cultural de esta música para ellos e igualmente para la desconocida historia de nuestra tierra. No pude menos que quedarme maravillado por la riqueza armónica y sobre todo por el hecho de conocer cómo ha llegado hasta nuestros días. También me fue revelado el oscuro origen que para algunos es la procedencia del cante jondo, del flamenco, la expresión agónica del campesino despreciado, el “fallah manquuus” (felah menkub) liberada en el círculo íntimo del haram familiar o de las celebraciones más importantes. Es así como, éste que les escribe, que no es músico ni tiene ningún tipo de vinculación con la música a lo largo de su vida ni de su profesión, se tropieza con este pedazo de cultura perteneciente a la tierra de donde procede. Y es igualmente a través del sentimiento, como se enlaza con ella, llegando a conocerla de manera suficiente y a sentirla de modo profundo y sincero. Uno de ellos, cruce entre los Chaachoo y los Haddad es mi querido amigo Amin, el autor de este libro que tengo el honor de prologar, al que el desconocido destino y la facilidad tecnológica del correo electrónico me llevaron a encontrar. Amin es savia nueva del fervor por lo andalusí. Tetuaní de origen, pasó su niñez en Casablanca, siendo poco a poco hechizado por la leyenda de los andaluces en Marruecos, invadido de manera progresiva y sin remedio por la increíble voz del maestro Cheqqara, aterrizando después junto a su hermano Mehdi en el ambiente propicio para manejar entre ambos la mayor parte de los instrumentos clásicos llegando a ser un virtuoso del violín el primero, y del laúd el segundo. De tal manera, puede decirse que sin vivir de la música, viven para la música. Es su modo de vida, su dedicación principal y más importante fuera del ámbito familiar, el otro gran pilar en el que se fundamenta su ciclo vital. Autodidacta en sus inicios, terminó sus estudios de música andalusí en el conservatorio de Casablanca y es un claro ejemplo de lo que esta manifestación cultural significa en esencia para el sentir andaluz, orientando su vida profesional y emocional hacia el estudio y la interpretación de la misma.
Los andaluces estamos de enhorabuena. Por vez primera un andalusí en el exilio escribe para los habitantes de ésta, su tierra, un libro sobre la música de Al Ándalus, la música que nació en este suelo, de manos de sus hombres para expresar la belleza de la Creación reflejada en la armonía de sus jardines, la generosidad de sus campos y vergeles, el discurrir de sus ríos y arroyos, el increíble resplandor de sus amaneceres, el intenso carmín de sus tardes, el plateado reflejo de la luna llena y, ante todo, y de un modo principal y supremo en el mundo, la sublime hermosura de sus mujeres, que sin duda debió ser tal, tanto en lo externo como en lo interno que fueron causando la admiración y el deseo a lo largo de toda la orilla del mediterráneo islámico. Globalizando a todo esto, la aspiración de la unión mística, el agradecimiento a la Providencia por tanta belleza, por su generosidad, cierra el repertorio temático que puede encontrarse en la poesía cantada andalusí.
Esta expresión define a la música que se formó en Al Ándalus. Si bien tiene un gran componente oriental, no es menos cierto que esta música no es música oriental ni hoy en día se considera música árabe pues sus ritmos o tubu son bien distintos de los maqamat del mašriq. Aunque el término Al Ándalus, es un concepto amplio, aplicado a toda una civilización, a una sociedad y un sistema político que se extendió aproximadamente sobre el noventa por ciento de la superficie peninsular (lo que hoy son España y Portugal), también es cierto que, por su alta influencia con el Mediterráneo y Medio Oriente, fueron las ciudades del Sur las que más prosperaron, las que más sobresalieron en diversos aspectos de aquella civilización, y las que más lograron subsistir ante el empuje europeo que llegó posteriormente a someterla. Es por esto que Santarem, Valencia, Murcia, Córdoba, Sevilla, Almería, Málaga y Granada, fueron las ciudades en las que la luz de Occidente brilló especialmente durante varios siglos, siendo el faro que sirviera para regir los progresos culturales de Occidente durante unos cinco siglos. También es por lo que hoy en día, la tierra meridional de la secular Iberia, se conoce con el nombre de Andalusya.
La poesía andalusí es la letra de esta música y en ella el sentir creyente refleja toda su admiración por el mundo a su alcance, resultado de la expresión creadora del Ser Universal. Esta expresión literaria ha quedado durante los últimos cinco siglos privada al conocimiento y disfrute de sus más legítimos herederos, los habitantes hispánicos. Una vez se produjo el colapso de la lengua árabe como vehículo cultural y, perseguidas hasta la hoguera muchas de sus manifestaciones en la Península Ibérica o condenadas al olvido en bibliotecas oficiales u oficiosas, siglos y siglos de maravillosa expresión poética han ido quedando olvidados hasta este momento en que parece resurgir en cierta medida merced al esfuerzo desinteresado de algunos de sus estudiosos.
Dulce la noche que conquisté la luna
y las estrellas del cielo lo ignoraron
Son estos unos preciosos versos donde el granadino Ibn al Jatib alude a la dulzura de una noche de amor donde consigue la hermosura del rostro amado, en metafórica confusión con la luna llena, habiendo logrado eludir el control que sobre ella ejerce el entorno familiar, las estrellas del cielo que la acompañan de continuo.
He visto la luna y el rostro amado
y fueron dos lunas ante mi mirada.
Cuando contemplo la belleza de la que ha sido durante mucho tiempo mi esposa, la cascada de sol que cae desde su cumbre, la fina seda que envuelve su figura, los verdes meteoros que protagonizan su rostro y alumbran los designios de éste, su más seguro servidor; su finura y su asombrosa sensibilidad, me resulta fácil cuando menos aproximar mi imaginación al refinamiento de aquellos hombres que supieron describir las maravillas de esta tierra al son de una música hasta ahora inigualada en finura y sentimiento. Cómo pusieron ritmo a cada una de las circunstancias favorables para la nostalgia, la belleza, el amor, es algo digno cuando menos de admiración.
Ellos asumieron también la responsabilidad de cargarla en sus corazones para llevarla hasta donde los avatares de la vida quisieron depositarles. Allí se encargaron de mimarla para evitar su desaparición, mérito que les compete durante muchas generaciones hasta llegar a nuestros días.
Debieran igualmente los andaluces, refiriendo por tales en sentido genérico a los sucesores de Al Ándalus, estimar convenientemente el innovador trabajo que está llevando a cabo la editorial Almuzara, sacando a la luz mucho de aquel legado cultural hasta ahora dormido o impulsando obras nuevas y genuinamente originales como ésta de la que estamos tratando o la ya mencionada de González Ferrín, cuya lectura debiera considerarse recomendable para cada uno de los habitantes de esta tierra.
Mientras escribo, escucho el modo Iraq ‘Ayam. La pulsión del tar tiene frecuencia cardiaca, vibrando cual metrónomo de manera tal que produce una intervención quirúrgica, con transplante virtual que anula y reemplaza al corazón dolorido o enfermo para proceder de este modo a la sanación del espíritu aquejado de amor, de nostalgia o melancolía. A partir de ahí, cada uno de los instrumentos empieza su labor de precisión entretanto la sístole y diástole de la percusión mantiene continuo el flujo de los vitales fluidos. La cadencia rítmica en cada uno de los modos o Tab ha de suplir la pulsación propia del estado de ánimo que se pretenda infundir o restaurar.
De este modo desempeñan su función cada uno de los componentes de la orquesta. La narcosis se consigue mediante la exaltación cercana al éxtasis a través de la voz y el contenido poético de sus letras. Alcanzado el adormecimiento sensual, empieza el trastorno del sentimiento.
El rbab o rabel, único, solitario, parco en notas pero serio como una tarde de tormenta. Actúa en el dominio de los graves, marca el límite de la tristeza en un trasfondo sutil, a veces apenas perceptible. Su escasez es notoria, pequeño tamaño, toscas hechuras y dos únicas cuerdas de grosor descomunal que le hacen anormalmente extraño. Su rudeza proviene de su ancestral origen, conectando los sentidos con lo primitivo, la parte más instintiva del oyente que es también la más espontánea, vinculando con lo sensible, la realidad más natural del Ser. Es por ello que el rbab se tañe siempre por las manos de un gran maestro, que solo puede ser Uno y es quién dirige además el ritmo y el tiempo de la sesión musical. Es pues la esencia unitaria de la creación trasladada a este particular universo. El que apenas perceptible, constituye la sustancia más primaria.
El derbuga. El pequeño tamborcillo de metal o cerámica que es éste, contiene un trozo de piel viva, suave, lubricada, mimada por su cuidador para que pueda palpitar libremente a conveniencia de la ocasión precisa en cada circunstancia. Su hábito es el propio latido del corazón, en vaivenes serenos, sin sobresaltos, fuera de la agresividad o velocidad que dan las prisas, marcando perfectamente los estados anímicos de la melodía que se trasladan de este modo al corazón del que escucha. De este modo, se encuentra un elemento orgánico en el trasfondo musical, cuya viveza queda marcada por el propio pálpito en contacto con las hábiles manos del maestro que la acaricia con la delicadeza propia que merece la piel del ser amado.
El qanun o salterio. Solitario también en la agrupación musical andalusí es otro instrumento único, de origen medieval que difícilmente se encuentra en actuaciones vivas de la actual música occidental. Provisto de un elevado número de largas cuerdas su dominio es el de los agudos. En la Naturaleza es como la lluvia que se estrella contra la superficie de un lago o el vidrio de una ventana, en el hogar es el chisporroteo del fuego incipiente cuando se enciende cada tarde entre las ramas secas, y en el espíritu, la purificación del sonido agudo y metálico de sus cuerdas da la viveza, llena de borbotones el torrente sanguíneo y despierta la alegría. Su variación vibrante semeja la de un corcel pura sangre libre sobre el llano capaz de recortar al viento y generar torbellinos con la mínima brisa.
El tar. Junto con el derbuga, son los retazos de piel que se encuentran en este cuerpo musical y su función principal es ponerle el metro y la frecuencia al pulso de todo el conjunto. Animado por la viveza metálica de sus platillos se aleja de la seriedad del latido cardíaco para acercarse más al del flujo sanguíneo, que discurre por venas y arterias en contractura o dilatación de sus paredes. La métrica que establece regula igualmente el ritmo respiratorio, tal que hoy en día se hace en numerosas sesiones de gimnasia o ejercicio terapéutico. De este modo, está también muy vinculado con el aire y enlaza así con el viento a través del nay.
La kamanya o violín. Es la parte femenina de la orquesta. Su delicadeza y finura solamente puede ser comparada a la voz de mujer. Raramente se encuentra solo, y a veces se asocia con su hermana mayor la viola, de voz más grave. Representa la alegría, genera la conversación entre instrumentos, entre los intérpretes y como parte femenina, es de adorable admiración, siendo por tanto imprescindible. Lejos de la melancolía o seriedad que impone el laúd, la kamanya aporta la misma plasticidad melódica con la agudeza equiparable de la voz femenina, que evidentemente llena de belleza y sensualidad la atmósfera de la composición musical.
El nay es el aire, la respiración, la obra del viento o la brisa transformada a su paso por su canal de caña, siendo este el modo de su significado en la naturaleza. En el cuerpo se asimila a los conductos respiratorios, siendo por tanto de vital importancia tanto su calidad como su frecuencia. Es raro encontrar este instrumento hoy en día, en que los tempos musicales de algunas escuelas se han acelerado, pero cuando el paisaje musical andalusí carece de esta brisa, falta el rumor de las hojas en los árboles, merma bastante la noche musical. Metafóricamente es la respiración asistida para el enfermo que precisa sanar de nostalgia o amor. Su cadencia y presencia son fundamentales al igual que lo es la respiración en el cuerpo humano, sobre todo cuando se hace consciente y logra llenar de energía oxigenada cada una de las cavidades corporales.
El oud o laúd. Es el representante del carácter masculino en la agrupación musical andaluza. Su seriedad, fuerza y brío le hacen tal. Aunque pertenece al dominio de los graves, de la seriedad, sus cuerdas varían notablemente en su tono y son capaces de generar sinfonía musical, que se aumenta cuando se afinan en distintas alturas para conseguir polifonía. Legendariamente se asume que cada uno de los tab (plural tubú) o modos de las nubas andalusíes correspondía a un temperamento, naturaleza o carácter “e incluso cualquier manifestación o reacción que pueda tener el hombre ante los seres y las cosas. El lado misterioso de esta música se resume en este vocablo cuyo significado es aún más vasto que el de maqam o modo, adoptado por la escuela árabe oriental.” (GUETTAT, 1999). Estos temperamentos quedaban marcados o definidos por las cuatro cuerdas del laúd, el rey de los instrumentos en la música árabe y andalusí, relacionándolas con los cuatro elementos naturales y los humores del cuerpo: Por tanto, en la naturaleza el oud representa al Cosmos entero, y en el cuerpo, por tanto, al microcosmos que es el Hombre completo y que es la representación de aquel en este mundo.
La zir: La primera y más aguda, teñida de amarillo, por su sonido claro y cálido simboliza el fuego y corresponde con el temperamento biliar. Activa la circulación y calma los sentimientos de hastío y morbosidad.
La matna: Teñida de rojo, por sus sonidos dulces y llenos de frescura simboliza el aire y se corresponde con la sangre. Posee efecto tónico sobre la circulación y combate la melancolía.
La matlat: Teñida de blanco, por sus sonidos fríos y húmedos simboliza el agua y corresponde al temperamento flemático. Apacigua la tristeza y calma el aparato digestivo.
La bamm: Teñida de negro, por sus sonidos graves y profundos simboliza la tierra y corresponde al temperamento melancólico. Acentúa la melancolía, combate el nerviosismo y apacigua el ritmo circulatorio.
A este cuerpo sonoro simbólico añadió Ziryáb una quinta cuerda, roja como la sangre. Por su posición central, entre la segunda y la tercera, constituye la síntesis de los cuatro elementos precedentes, representa el alma y simboliza la vida.” (GUETTAT, 1999).
En base a esta correspondencia temperamental se asumía la existencia de veinticuatro modos, que tendrían como finalidad adaptarse a la condición y estado del nafs o espíritu humano en cada una de las horas del día. Y dado que en la actualidad se conserva un repertorio muy fragmentado, inferior a las veinticuatro nubas completas, se tiende a reforzar esta creencia. Sin embargo, teniendo en cuenta que el desarrollo de una suite completa se prolonga mucho más allá de los sesenta minutos, resulta imposible ajustarse al ciclo horario del día, por lo que el número debió ser tan elevado como profusión tuvo este arte. Afortunadamente, he tenido la ocasión de comprobar los efectos de esta música para el saneamiento sentimental, siendo un apoyo importante para superar algunas de las crisis personales por las que discurre el discurso vital propio de vez en cuando.
La trascendencia de esta música estriba, en nuestra opinión en que se trata de un patrimonio descendiente de la cultura que se forjó en suelo ibérico hace ya más de mil años y de la que las grandes urbes andaluzas fueron protagonistas más que singulares. A diferencia de otras manifestaciones históricas como puedan ser las arquitectónicas, tecnológicas, científicas, gráficas o literarias, más o menos fosilizadas, la música andalusí sigue siendo un elemento dotado de vida, donde aún cabe la improvisación, de tal forma que a pesar de moverse entre unos amplios márgenes ya establecidos, tiene capacidad para renovarse y sorprender motivando el asombro y la emoción del espíritu al oyente. Los efectos sentimentales aludidos siguen estando presentes y esta música, creada para recreación y curación del espíritu, mantiene aún sus cualidades.
Desde que Julián de Ribera, descubriese la relación de la música andalusí con la música tradicional española y europea en 1927, al descifrar la clave musical de las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el sabio (s. XIII), y el Cancionero de Palacio de Barbieri (año 1564), poco o nada se ha hecho en suelo andaluz por recuperar y mantener este legado cultural, con excepción de escasos estudios sobre la misma iniciados por algunos de los españoles que durante tiempo prolongado tuvieron la posibilidad de habitar en la ciudad de Tetuán (Valderrama, García Barriuso) en la época de mayor vinculación política entre ambos territorios.“Dentro de la civilización española se destaca un monumento artístico, hasta ahora casi inexplorado, que nos da la clave que descubre con claridad el origen de la música española y de la europea…Alfonso el Sabio encontró en Andalucía en estado muy floreciente el arte musical, y tuvo el impulso de convertirlo en arte cristiano. Al efecto buscó músicos profesionales, expertos, del pueblo vencido, para que le proporcionaran las melodías de su repertorio, las cuales acopló a letra gallega, en que se narraban los milagros de la Virgen María.” (RIBERA). No sucede igual con los investigadores y artistas franceses, mucho más interesados por esta música, tal vez al carecer o evitar posibles prejuicios o clichés preestablecidos originados aún por los sucesores de los poderes fácticos que reprimieron y anularon la cultura de los andaluces antiguos.
Hoy en día, es de destacar el esfuerzo dirigido por algunos investigadores e instituciones que han llevado a publicar el Kunnaš de al-Ha’ik en el año 2003. También hay algunos músicos que han consagrado su carrera a la interpretación de la música andalusí. Destacan entre ellos la familia Paniagua (Eduardo, Carlos, Begoña Olavide) y Luís Delgado.
A pesar de ello, la cultura andalusí en general y su música y literatura en particular, siguen considerándose como algo ajeno a esta tierra y nuestra cultura, al derivar de una arabización que desde su sometimiento por la cultura del norte, ha sido considerada como algo advenedizo en este suelo, merecedor del desdén y del olvido. Siguiendo esta línea, continúa excluida de su enseñanza en los centros públicos tanto en el área musical como en la vertiente literaria. La relevancia cultural que Ribera llegó a descubrir ha sido obviada, la figura de la muwassaha es desconocida y el zéjel se considera de una mera pasada en los estudios de literatura incluso de los niveles secundario del curriculum educativo andaluz.
A nivel musical, por su parte, tampoco existe iniciativa de tipo alguno de rango institucional que haya sido capaz de promover el mantenimiento de este género musical, cuando por ejemplo, podría enmarcarse perfectamente en el conjunto arquitectónico de la época, que otro tiempo fuese su sede natural y del que hoy en día tenemos en orgullo presumir. Las noches en los jardines de España, a las que Falla puso música, se adornaron durante siglos con esta dulce sintonía musical y lo más lógico a día de hoy sería que patios y salones medievales de Córdoba, Sevilla, Valencia, Almería, Granada, Toledo, Mértola, Santarem, Zaragoza, y como no Málaga, volviesen a acoger las notas que entre otras cosas son el origen de la música popular española.
A nivel poético, encierran igualmente un enorme elenco de versos, de maravilloso contenido, con el que los hombres de esta tierra honraron al sol de cada día, a la luna de todas sus noches, a los jardines y flores, a los ríos más grandes y caudalosos, a la guerra y las batallas, al vino, a sus briosos corceles, a sus veloces halcones…, y ante todo, a la magnífica hermosura de sus mujeres, así como al amor de la unión mística con el Supremo Hacedor. El cancionero marroquí, se compone de unos ochocientos poemas de variada métrica, de autoría mayoritariamente anónima, pero también de grandes poetas de nuestra historia como son Ibn al Jatib, Ibn Zamrak, abu Bakr Ibn Zuhr al hafiid, Ibn Zuhr abu Marwan, Ibn Zaydun, Ibn Sahl, Ibn Quzmaan, Al Šuštariy.
Aunque las nubas andaluzas se mantienen aún en los lugares a los que llegaron los descendientes que les dieron origen, en el suelo que las vio nacer quedaron sus restos fragmentados, encriptados como otras muchas manifestaciones culturales del pueblo andalusí, perseguido por su pensamiento islámico. En el solar andaluz, la saeta es la más evidente heredera del sawt árabe, con réplica idéntica en la orilla africana actualmente bajo el nombre de mawwal. Pero otras muchas manifestaciones musicales son vivas descendientes del elenco musical andalusí, como son los tangos, martinetes, soleás, fandangos, jotas, zambras, sevillanas, tangos, granaínas, cantes de las minas, trovos, seguiriyas, tonás, incluso algunas de presunto origen americano como las habaneras, y cómo no los verdiales, rondeñas y malagueñas.
El libro que tienen entre sus manos les ofrece el privilegio de conocer de primera mano una música cuya edad ronda el milenio, siendo el único caso que se conserva en nuestra tierra de alcance que le iguale. Ahora es verano, sus noches son plácidas y amables, aunque cortas, su intensidad invita a vivir evitando los rigurosos calores matinales. Entre susurros de brisa, estanques de agua y perfumes de jazmín, la mágica melodía del nay en el modo al Ušaq aturde el sentido, con destino al amor a que se encuentra encaminado. Es la nuba del amanecer, también llamada de los amantes. Sueño con atravesar la penumbra de una de estas noches estivales junto a la mano amada al son de esta mágica melodía musical y en uno de sus escenarios más genuinos, cualquiera de los jardines medievales de Córdoba, Sevilla, Granada, Málaga o Almería.
Esperemos, en fin, que este libro forme parte de una serie capaz de despertar la conciencia del dormido pueblo andaluz, contribuyendo a que éste se reconcilie con su Historia, con su pasado, asumiendo como propia y honrosa la parte que corresponde a los siglos medievales generando el progreso entre ellos y sus vecinos, que fue el germen de glorias posteriores a las que sin ningún reparo se les llama “Renacimiento”, “Siglo de Oro”. El árabe no es sino una de las lenguas sagradas, un idioma selecto, ahora como antes, con más de mil quinientos años de existencia, y encierra un patrimonio cultural desorbitado al que nos negamos a acceder, guiados o desviados de forma consciente por los patrones y tendencias impuestas por aquellos que derivan aún de quienes sometieron esta tierra de modo despiadado e intolerante al amparo de la estafa compostelana.
Sirva también para que, a través de esta música y muchos de sus poemas, dedicados a la mística, puedan los lectores descubrir el Sufismo, la vía espiritual más importante de Occidente desde entonces hasta nuestros días. El hombre, debe su marca distintiva en el seno natural merced al espíritu que le provee de pensamiento frente al instinto, por lo que se es más humano cuando se progresa en el cultivo del alma, del pensamiento y del sentimiento. Fue al Ándalus tierra de importancia excepcional en la santidad y el pensamiento, con nombres como Abu Madyan de Cantillana, Ibn Abbas de Ronda, Al Šuštarí de Guadix, Ibn al Jatib de Loja, Ibn al Arif de Almería o Ibn al ‘Arabi de Murcia, que constituyen un referente esencial en la espiritualidad occidental directamente en su época e indirectamente a través de su influencia en el pensamiento posterior.
“Esta música que forma parte de la conciencia árabe se resume en una sola palabra: Andalus. La resonancia del término ha alcanzado ya proporciones míticas y no se puede tocar sin exponerse a severas recriminaciones: Todo lo que viene de al Ándalus está fuera de sospecha, escapa a cualquier crítica como si al Ándalus y la nuba fuesen legados extraordinarios que magnifican el pasado y revalorizan el presente…Es en nuestra época, debido al despertar nacional y al interés suscitado cuando se puede hablar de arte con todos los derechos. Esto constituye desde ahora su fuerza y su razón de ser.” (POCHÉ, 1997)
Escrito en Málaga, Julio de 2007
Antonio Pulido Pastor
Andaluz de sentimiento y pensamiento.
Enhorabuena maestro Amin!!!! Su nueva página web ha quedado con una apariencia magnífica. Es para mi una gran satisfacción encontrar este texto en ella. Espero que siga brillando el camino que en cultura andalusí su obra y buen hacer van reconstruyendo.
Noches con estrellas y perfume de jazmín!!!!!